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lunes, 25 de octubre de 2010

¿Hay guerra de divisas?, de Federico Steinberg en Expansión

en primer plano




Desde que el ministro de Finanzas de Brasil dijera en las asambleas de otoño del FMI y el Banco Mundial, a principios de octubre, que nos encontramos ante una “guerra de divisas”, el nerviosismo ha invadido las portadas de la prensa económica mundial y la retórica bélica, aplicada a la economía, ha elevado la tensión. Si estos problemas cambiarios son el principio de una ola de devaluaciones competitivas, que termina llevando al aumento del proteccionismo comercial como sucedió en los años treinta, todos deberíamos estar preocupados.



Sin embargo, como bien señalaba el editorial de The Economist, todavía estamos lejos de esta situación y, además, contamos con instrumentos de cooperación internacional que nos deberían permitir evitar el escenario de nacionalismo y desglobalización que dañaría las perspectivas de crecimiento de la economía mundial. Esto no significa que la situación pueda enderezarse rápidamente. Es más probable que los movimientos sean graduales y poco espectaculares. Pero, en todo caso, todos los protagonistas de esta incipiente batalla ganarían si rebajan la tensión, lo que contribuiría a buscar una solución cooperativa durante la cumbre del G-20 que se celebrará en Seúl a mediados de noviembre. De hecho, el problema de los tipos de cambio podría servir para que el G-20 recuperara el impulso que tuvo al principio de la crisis y ha ido perdiendo desde entonces.



Reequilibrio



Lo ideal sería que en la cumbre del G-20 se lograra un acuerdo para que China apreciase nominalmente su moneda y la desligara del dólar; Estados Unidos, Japón, la zona euro y Reino Unido coordinaran una expansión monetaria a través de medidas de facilitación cuantitativa y las restantes economías emergentes especificaran claramente qué tipo de controles de capital piensan utilizar en el caso de que sus monedas se aprecien demasiado. Esta solución cooperativa contribuiría al reequilibrio de la economía mundial; es decir, gracias al movimiento de los tipos de cambio reales, aumentaría la demanda de los países con superávit por cuenta corriente y se reduciría la de aquellos que tienen déficit; permitiría alejar el riesgo de deflación que se cierne sobre los países ricos y legitimaría el uso de controles de capital en países como Brasil o India. Estos países, sin ser culpables de la crisis, están recibiendo grandes entradas de capital que les generan inflación y burbujas en los mercados de activos y que, en definitiva, siembran las semillas de una nueva crisis.



Pero esta solución ideal, seguramente la que propondrá el FMI, no saldrá adelante porque se enfrenta a dos problemas. El primero, y más importante, es la resistencia de China a utilizar la apreciación del yuan para “enfriar” su economía. De hecho, ha preferido las subidas de los tipos de interés y las restricciones cuantitativas al crédito, que no contribuyen a reequilibrar la economía mundial, pero le permiten contener la inflación y seguir creando empleo en el sector exportador. Y es que, como señalaba Martin Wolf en Financial Times, China está intentando hacer con Estados Unidos lo que Alemania está intentando hacer con Grecia: obligarle a recuperar su competitividad vía deflación, en vez de permitirle un ajuste en el tipo de cambio nominal. Pero como Estados Unidos no es Grecia, imponerle la deflación puede tener nefastos efectos para la economía mundial (y también para China). Además, como el dólar es la moneda de reserva global, la Reserva Federal, aunque no puede modificar el tipo de cambio dólar-yuan, sí que puede expandir su oferta monetaria indefinidamente para “inflar” a China, lo que, inevitablemente, genera inflación en el resto de (inocentes) economías emergentes. Por último, la posibilidad de cooperar se complica aún más, porque la retórica “antichina” en Estados Unidos ha llevado al Congreso a aprobar una ley que permitiría establecer aranceles contra los productos chinos de forma unilateral, lo cual está prohibido en la OMC. Y si algo hemos aprendido es que China no suele mover ficha cuando se la presiona directamente.



El segundo problema es que el BCE no parece darse por aludido ni de los riesgos deflacionistas que acechan a la zona euro, ni de que su inacción podría llevar a una apreciación del euro que dañaría las exportaciones europeas. El BCE ha iniciado su estrategia de salida monetaria, retirando algunas de las líneas de liquidez extraordinarias que estableció al estallar la crisis, lo que en la práctica supone que, aunque los tipos de interés permanecen en el 1%, se ha iniciado una contracción monetaria en un momento en el que la inflación no es el problema. Pero su independencia le permitirá mantener esa posición (que, además, gusta a Alemania), aún a costa de los demás países.



En definitiva, el escenario actual podría volverse preocupante si no se toman medidas para atajar la retórica cuasi-bélica. Pero todavía nos encontramos muy lejos de una guerra abierta de divisas o de una oleada de devaluaciones competitivas que conduzcan al proteccionismo.



Federico Steinberg. Investigador Principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

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