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jueves, 27 de diciembre de 2012

La renovación liberal... Daniel Innerarity


La renovación liberal de la socialdemocracia

 Daniel Innerarity

La izquierda es, fundamentalmente, melancólica y reparadora. Ve el mundo actual como una máquina que hubiera que frenar y no como una fuente de oportunidades e instrumentos susceptibles de ser puestos al servicio de sus propios valores, los de la justicia y la igualdad. La socialdemocracia se entiende hoy como reparación de las desigualdades de la sociedad liberal. Pretende conservar lo que amenaza ser destruido, pero no remite a ninguna construcción alternativa. La mentalidad reparadora se configura a costa del pensamiento innovador y anticipador. De este modo no se ofrece al ciudadano una interpretación coherente del mundo que nos espera, que es visto sólo como algo amenazante. Esta actitud recelosa frente al porvenir procede básicamente de percibir al mercado y la globalización como los agentes principales del desorden económico y las desigualdades sociales, dejando de advertir las posibilidades que encierran y que pueden ser aprovechadas. Movilizar los buenos sentimientos e invocar continuamente la ética no basta; hace falta entender el cambio social y saber de qué modo pueden conquistarse en las nuevas circunstancias los valores que a uno le identifican.

La primera dificultad de la izquierda para configurarse como alternativa renova­da procede de eso que Gérard Grunberg y Zaki Laïdi han denominado “heroísmo frente al mercado” (Grunberg / Laïdi 2008) que le impide entender su verdadera naturaleza del mercado y le hace pensar que no es más que un promotor de la desigualdad, una realidad antisocial. Para una buena parte de la izquierda razonar económicamente es conspirar socialmente. Piensa que lo social no puede ser pre­servado más que contra lo económico. La denuncia ritual de la mercantilización del mundo y del neoliberalismo procede de una tradición intelectual que opone lo social a lo económico, que tiende a privilegiar los determinismos y las constric­ciones frente a las oportunidades ofrecidas por el cambio social. Desde este pun­to de partida es difícil comprender que la competencia sea un auténtico valor de izquierda frente a las lógicas de monopolio, público o privado, sobre todo cuando el monopolio público ha dejado de garantizar la provisión de un bien público en condiciones económicamente eficaces y socialmente ventajosas Porque también hay monopolios públicos que falsifican las reglas del juego. A estas alturas sabemos bien que existen desigualdades producidas por el mercado, pero también por el Estado, frente a las que algunos se muestran extraordinariamente indulgentes.

se trata de poner al mercado al servicio del bien público y la lucha contra las desigualdades. La nostalgia paraliza y no sirve para entender los nuevos términos en los que se plantea un viejo combate. No es que una era de solidaridad haya sido sustituida por una explosión de individualismo, sino que la solidaridad ha de articularse sobre una base más contractual, sustituyendo aquella respuesta mecánica a los problemas sociales consistente en intensificar las intervenciones del Estado por formulaciones más flexibles de colaboración entre Estado y mercado, con formas de gobierno indirecto o promoviendo una cultura de evaluación de las políticas públicas.
La otra causa de que la izquierda presente actualmente un aspecto pesimista es su concepción únicamente negativa de la globalización, que le impide entender sus aspectos positivos a favor de la redistribución de la riqueza, la aparición de nuevos actores o el cambio de reglas de juego en las relaciones de poder. Al insistir en las desregulaciones vinculadas a la globalización, la izquierda corre el riesgo de aparecer como una fuerza que protege a unos privilegiados y rechaza el desarrollo de los otros

“la cuestión política fundamental no es tanto la de los ideales y los imaginarios, como la idea que se tiene de lo real. …si eso es así, lo mejor que puede hacerse frente a una concepción conservadora de la política es combatirla en el terreno de la realidad, discutir su concepción de la realidad”
Buena parte del malestar que genera la política se debe precisamente a la impresión que ofrece de ser una actividad poco inteligente, de corto alcance, mera táctica oportunista, repetitiva hasta el aburrimiento, rígida en sus esquemas convencionales y que sólo se corrige por cálculo de conveniencia. Una sociedad del conocimiento plantea a todos la exigencia de renovarse, y así parece haber ocurrido en casi todos los ámbitos: las empresas tienen que agudizar el ingenio para responder a las demandas del mercado, el arte ha de buscar nuevas formas de expresión, la técnica se plantea nuevos desafíos… El dinamismo de los ámbitos económicos, culturales, científicos y tecnológicos convive con la inercia del sistema político. Hace tiempo que las innovaciones no proceden de instancias políticas, sino del ingenio que se agudiza en otros espacios de la sociedad. No se trata de defectos de las personas que se dedican a la política o de incompetencias singulares, sino de un déficit sistémico de la política, de escasa inteligencia colectiva por comparación con el vitalismo de otros ámbitos sociales. Esa falta de vigor de la política frente a los mercados o el escaso interés que despierta en buena parte de los ciudadanos probablemente se deba a su incapacidad para desarrollar conductas tan inteligentes al menos como las que tienen lugar en otros espacios de la vida social.

La política no es mera administración, ni mera adaptación, sino configuración, diseño de los marcos de actuación, anticipación del futuro.

Tiene que ver con lo inédito y lo insólito, magnitudes que no comparecen en otras profesiones muy honradas pero ajenas a las inquietudes que provoca el exceso de incertidumbre. El tipo de acción que es la política no opera únicamente con meras reglas de la experiencia, con las enseñanzas cómodamente almacenadas entre lo sabido. Quien sea capaz de concebir esta incertidumbre como oportunidad, verá cómo la erosión de algunos conceptos tradicionales hace nuevamente posible la política como fuerza de innovación y transformación. Es urgente llevar a cabo una redefinición del sentido y de los objetivos de la acción política a partir de la idea de que en ella se conoce, es decir, se descubren aspectos de la realidad y posibilidades de acción que no pueden percibirse desde nuestras prácticas rutinarias y nuestros debates preconstruidos.

No sé si la socialdemocracia está suficientemente preparada para esta tarea, pero me parece evidente que a día de hoy ni sus conceptos ni sus prácticas están en condiciones de hacerse cargo de la complejidad de nuestras sociedades. Tarde o temprano deberá acometer una definición propia de la realidad política en campos como la seguridad, el pluralismo, la integración, Europa o la mundialización. La inteligencia política consiste ahora en aprender la nueva gramática de los bienes comunes que se realiza en estos asuntos. La socialdemocracia apenas se ha estrenado en este debate y ya es hora de que nos explique por qué la realidad no es conservadora.
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Para proceder a la renovación de la socialdemocracia es necesario responder antes a una pregunta incómoda que se plantea de la siguiente manera: ¿cómo explicar que la crisis o los casos de corrupción, así como la desafección política en general, golpeen de manera muy diferente, desde el punto de vista electoral, a la izquierda y a la derecha?
Pienso que la raíz de esa curiosa decepción, que se reparte tan asimétricamente, está en las diversas culturas políticas de la izquierda y la derecha

Anthony Giddens, uno de los principales ideólogos de la tercera vía, subtituló su libro programático como La renovación de la socialdemocracia.

Quisiera plantear aquí otra renovación de la socialdemocracia que tomara como eje la tradición liberal. Los mejores liberales –los levellers (Liburne, Overton o Walwyn) en la revolución inglesa, revolucionarios como Paine o Findley en la fase inicial de los Estados Unidos, el cercle social en la revolución francesa, Thelwall y la London Corresponding Society en la Inglaterra de la misma época– llevaron a cabo una reivindicación completa de los derechos humanos es decir, se alzaron contra cualquier clase deseñorío, antiguo o nuevo, lo mismo contra la arbitrariedad del Estado que contra la prepotencia económica. Pero el actual liberalismo rebajado –en el que se reconocen indistintamente muchos conservadores y socialdemócratas– ha perdido el aguijón libertario y de crítica al poder que caracterizó a ese primer liberalismo y a las primeras formulaciones del socialismo. Mi propuesta concreta consiste en renovar la socialdemocracia a partir de una determinada interpretación del liberalismo, lo que se podría denominar socialdemocracia liberal o libertaria (Innerarity 2000). Mientras que el verdadero liberalismo lanzó al mundo una idea muy rica en consecuencias: la de la constitución concebida como “constitución de la sociedad”, es decir, como un contrato en virtud del cual la sociedad se constituye válidamente mediante la libre adhesión de los ciudadanos, el liberalismo rebajado redujo el contrato social a un contrato de Estado, en el que la sociedad se somete al Estado bajo determinadas condiciones, lo que significa una insuficiente protección frente al poder estatal.

Una de las tareas más urgentes de la socialdemocracia liberal sería minimizar el poder estatal y luchar por que desaparezca la prepotencia económica.

----Es habitual considerar que la dominación económica se debe a una excesiva libertad de mercado, cuando ocurre más bien lo contrario: la prepotencia económica es causada por la falta de libertad económica. El orden constitucional y democrático sólo es viable si reconoce y combate activamente la existencia de concentraciones de poder incompatibles con la libertad----D.I.

Se trataría, pues, de ampliar (no restringir) el principio constitucional de minimización del poder también al mundo de la economía, actualmente tan distorsionado por nuevos oligopolios en complicidad con unos Estados débiles. Hay que aspirar no sólo a un Estado con el poder indispensable, sino además a una economía de mercado sin prepotencias. Al mismo tiempo hay que recordar que la consigna del laissez-faire se dirigía contra las grandes concentraciones de capital; no era una justificación para la inactividad del Estado, como intenta el neoliberalismo. El Estado tiene que cuidar activamente de que todos los ciudadanos puedan comerciar libremente en los mercados.

Las reformas para favorecer el mercado no implican más eficacia y menos justi­cia social. Todo lo contrario: son de izquierdas, en la medida en que reducen los privilegios.
Solamente una socialdemocracia que tenga el valor de aumentar las oportunidades para todos y contribuir a un sistema fundado sobre una verdadera meritocracia, puede decir con razón que lucha por los miembros menos favoreci­dos de nuestras sociedades. Son los objetivos que han caracterizado a la izquierda europea –como la protección de los más débiles o el rechazo de las desigualdades excesivas y los privilegios– los que deben llevarle a adoptar medidas a favor del mercado. La regulación excesiva, la protección de ciertos estatus, un sector públi­co que no beneficia a los más pobres sino a los mejor situados, universidades que producen mediocridad en nombre del igualitarismo (mientras los más ricos se las arreglan para obtener una buena educación), todo esto no es solamente ineficaz, sino socialmente injusto.

---No se trata de suprimir el Estado sino de lo contrario: de consolidarlo y hacerlo más eficaz con menos burocracia y más transparencia, para lo cual es inevitable que se retire de muchos ámbitos sociales que ocupa. Una socialdemocracia liberal implica una desregulación “desde abajo” que en nada se parece al neoliberalismo tan grato a los grandes poderes económicos, cuyo poder se basa en una complicidad entre sus intereses y los del Estado. Y es que, en el fondo, el neoliberalismo es una ideología antiliberal y se basa en una visión del mundo que rezuma fatalismo y sumisión---

Este nuevo planteamiento socialdemócrata coincide con el neoliberalismo en el rechazo a controlar estatalmente la economía, la disciplina presupuestaria o la independencia del banco central. Pero se diferencia de él en que considera al Estado como el marco inevitable y regulador de la vida social, como generador de los elementos no contractuales del pacto social y protector del tejido social. Esta socialdemocracia liberal previene, no obstante, contra la ilusión de considerar la justicia social como simple igualdad y no como igualdad compleja (Michael Walzer 1993), no pone el acento en la nivelación, sino en la igualdad de oportunidades. Porque no cualquier incremento de las obligaciones sociales conduce a eliminar las desigualdades; con demasiada frecuencia, el Estado benevolente ha producido nuevas injusticias, en la medida en que ha favorecido a quienes no lo necesitaban y ha excluido arbitrariamente a otros. Los mecanismos políticos varían de un país a otro, pero el fondo de la historia es siempre el mismo: los “insiders”, los que están dentro del sistema, bloquean las reformas.

La crítica corriente al sistema económico mundial dispara contra la mercantilización como si el mercado fuera el responsable de la miseria del mundo. Pero el problema estriba en que no existe una auténtica economía de mercado. Ninguna de las grandes empresas hubiera alcanzado sus actuales dimensiones sin la protección estatal. Son esos grandes consorcios los menos interesados en la existencia de un mercado verdaderamente libre. En cierto modo asistimos a una especie de feudalización del capitalismo, a una “economía legal del pillaje” (Oswalt 1999).

Tras la pantalla de los intereses generales de la sociedad se esconden muchas veces intereses de grupos particulares, competencias desleales, concentración de poder de grupos financieros y de opinión. Los despojados de esa enorme masa de capital son los ciudadanos. Una socialdemocracia liberal debería apuntar en la línea de promover una verdadera igualdad de oportunidades en el mundo económico. Para ello resulta ineludible la supresión de muchas subvenciones y de los status de propiedad adquiridos sin competencia de prestaciones. La globalización puede utilizarse para despojar de su poder a las concentraciones económicas existentes y abrir efectivamente los mercados mundiales.

---una globalización auténticamente liberal significaría el final de los consorcios mediáticos, financieros e industriales. El que no ocurra así no se debe a la inamovible “lógica del capital”, sino al intervencionismo de los Estados—

La crisis del Estado de bienestar responde a una crisis de solidaridad, como lo manifiesta, por ejemplo, el corporativismo, la economía sumergida, la resistencia a las cotizaciones sociales o la generalización de un recurso a la queja que no tiene en cuenta las consecuencias públicas de las propias reivindicaciones.

Evidentemente, no quiere todo ello decir que nos hayamos vuelto más egoístas; se trata de analizar este fenómeno sociológicamente, pues son los procedimientos de expresión de solidaridad los que se han vuelto más abstractos y mecánicos, incapaces de tramitar realmente un interés común.

El Estado ha procedido de hecho a enmascarar las relaciones sociales y a generar una irresponsabilidad difusa y ciega frente a las consecuencias sociales de los propios actos.
La redistribución financiera que lleva a cabo el Estado acaba por ser considerada como algo totalmente desconectado de las relaciones sociales sobre las que debe sustentarse.

Aumentar la trasparencia social es hacer que emerjan de forma más localizada las necesidades y las aspiraciones. La solidaridad no puede basarse sólo en reglas y procedimientos; debe tener también una dimensión voluntaria. El Estado será mejor aceptado cuando los mecanismos que pone en marcha sean explícitos para todos (Rosanvallon 1981, 125). Este esfuerzo por la verdad no está exento de riesgos. Obliga a tener en cuenta todas las realidades que los modelos macroeconómicos usuales rechazan o ignoran: los pequeños privilegios, la extrema heterogeneidad de la condición salarial, la falta de equidad en el trato fiscal… La transparencia tiene un coste. Puede engendrar tensiones y conflictos. Pero la conflictividad reconocida está en el origen de la autogeneración de lo social. El ideal democrático no consiste en negar o ignorar los conflictos, sino en hacerlos productivos.

La creación de una mayor igualdad de oportunidades en el mercado libre en vez de una redistribución centralizada sería entonces el objetivo de una combinación histórica de ideas liberales y sociales.

Síntesis final y recomendaciones
La movilización electoral de la izquierda no puede limitarse a inquietar al  electorado por los defectos de su adversario político, sino que debe aspirar a despertar la esperanza colectiva.
En lugar de ver el mundo actual como una máquina que hubiera que frenar,  la socialdemocracia ha de concebirlo como una fuente de oportunidades e instrumentos susceptibles de ser puestos al servicio de sus propios valores, los de la justicia y la igualdad.
La socialdemocracia debería considerar la competencia como un auténtico valor de izquierda frente a las lógicas de monopolio, público o privado, y entenderse a sí misma como una ideología que trata de poner el mercado al servicio del bien público y la lucha contra las desigualdades.
En este contexto, la solidaridad ha de articularse sobre una base más contractual,  sustituyendo aquella respuesta mecánica a los problemas sociales consistente en intensificar las intervenciones del Estado por formulaciones más flexibles de colaboración entre Estado y mercado, con formas de gobierno indirecto o promoviendo una cultura de evaluación de las políticas públicas.
La socialdemocracia no debe tener tampoco una concepción únicamente negativa  de la globalización, lo que le impediría entender sus aspectos positivos para la redistribución de la riqueza, la aparición de nuevos actores o el cambio de reglas de juego en las relaciones de poder.
La socialdemocracia debería distinguirse del “altermundialismo” para evitar su  deriva hacia la irrealidad utópica, lo que la incapacitaría para actuar sobre la realidad. En última instancia, la batalla política no se gana mediante la apelación genérica a otro mundo, sino en la lucha por describir la realidad de otra manera. De ahí que lo mejor que puede hacerse frente a una concepción conservadora de la política es combatirla en el terreno de la realidad, discutir su concepción de la realidad.
Lo que está en juego actualmente no es sólo una alternancia democrática, sino  la concepción misma de la política. La izquierda debería politizar, en el mejor sentido del término, frente a una derecha a la que no le interesa demasiado el tratamiento político de los temas.
La izquierda sólo puede ganar si hay un clima en el que las ideas jueguen un papel importante y es alto el nivel de exigencias que se dirigen a la política. Para la izquierda, que el espacio público tenga calidad democrática es un asunto crucial, en el que se juega su propia supervivencia.
La socialdemocracia necesita insistir en el papel de las ideas en política y acometer  una definición propia de la realidad política en campos como la seguridad, el pluralismo, la integración, Europa o la globalización.
Es posible renovar la socialdemocracia a partir de una determinada interpretación del liberalismo, lo que se podría denominar socialdemocracia liberal.
La socialdemocracia liberal considera que las reformas para favorecer el mercado no implican más eficacia y menos justicia social, sino una eliminación de los privilegios que beneficia a los menos favorecidos.
Esta concepción de la socialdemocracia concibe al mercado como un espacio que  debe ser protegido para promover una verdadera igualdad de oportunidades y a la globalización como una realidad que, bien articulada por la correspondiente gobernanza global, puede utilizarse para despojar de su poder a las concentraciones económicas existentes.
Daniel Innerarity 24 DD 11
Conclusión
La izquierda está muy marcada por su tradición estatalista, en virtud de la cual tiende a considerar al Estado como el único instrumento legítimo de la acción pú­blica, a desconfiar de las iniciativas autónomas de la sociedad civil, con un modelo de solidaridad y de redistribución centralizado, y desde una crítica al liberalismo que se extiende también al liberalismo político. Cuando ha ejercido el poder y ha tenido que aceptar el realismo de lo económicamente posible o las constricciones de la política, lo ha hecho muchas veces con mala conciencia o como si se estuviera plegando a la opinión dominante: tal ha sido el caso de la liberalización económica o las cuestiones de seguridad e inmigración, en las que frecuentemente se ha ren­dido sin proponer una política diferente de la de la derecha, a la que simplemente se ha limitado a moderar.
La actual transformación de la socialdemocracia requiere un nuevo internaciona­lismo adaptado a la globalización y las nuevas movilidades, atención a las fracturas de la sociedad que no están únicamente en el ámbito de lo socioeconómico (cultu­rales, territoriales, étnicas…) y una redefinición de los instrumentos de la redistri­bución y la solidaridad. Aesto se añade (no como un campo específico, sino en lo que tiene de manera de pensar y actuar más sistémica y atendiendo al largo plazo) la cuestión ecológica.
La renovación liberal de la socialdemocracia 25 DD 11

Referencias
Bergounioux, Alain / Grunberg, Gérard (2007), Les socialistes français et le pouvoir: L’ambition et le remords, Paris: Hachette.
Blyth, Mark M., (1997), “Any More Bright Ideas?” The Ideational Turn of Comparative Political Economy, en Comparative Politics 29 (2), 229-250.
Giavazzi, Francesco / Alesina, Alberto (2006), Il liberismo è di sinistra, Milan: Il Sagiattore.
Giddens, Anthony (1998), The Third Way, Cambridge: Polity.
Grunberg, Gérard / Laïdi, Zaki (2008), Sortir du pessimisme social: Essai sur l’identité de la gauche, Paris: Hachette.
Innerarity Daniel (2000), “La socialdemocracia liberal”, en El País, 1.6.2000.
Oswalt, Walter (1999), “La revolución liberal: acabar con el poder de los consorcios”, en Themata 23, 141-179.
Proudhon, F. J. (1851), Confessions d’un révolutionnaire, Paris: Vrin.
Rosanvallon, Pierre (1981), La crise de l’État-providence, Paris: Seuil.
Walzer, Michael (1993), Esferas de la justicia, México: FCE.


Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política y Social, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática.
www.fundacionideas.es



Documento entero en:
http://www.fundacionideas.es/sites/default/files/pdf/DD-La_renovacion_liberal_de_la_socialdemocracia-Pol.pdf

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