La renovación liberal de la socialdemocracia
Daniel
Innerarity
La
izquierda es, fundamentalmente, melancólica y reparadora. Ve el mundo actual
como una máquina que hubiera que frenar y no como una fuente de oportunidades e
instrumentos susceptibles de ser puestos al servicio de sus propios valores,
los de la justicia y la igualdad. La socialdemocracia se entiende hoy como
reparación de las desigualdades de la sociedad liberal. Pretende conservar lo
que amenaza ser destruido, pero no remite a ninguna construcción alternativa.
La mentalidad reparadora se configura a costa del pensamiento innovador y
anticipador. De este modo no se ofrece al ciudadano una interpretación
coherente del mundo que nos espera, que es visto sólo como algo amenazante.
Esta actitud recelosa frente al porvenir procede básicamente de percibir al mercado
y la globalización como los agentes principales del desorden económico y las
desigualdades sociales, dejando de advertir las posibilidades que encierran y
que pueden ser aprovechadas. Movilizar los buenos sentimientos e invocar
continuamente la ética no basta; hace falta entender el cambio social y saber
de qué modo pueden conquistarse en las nuevas circunstancias los valores que a
uno le identifican.
La
primera dificultad de la izquierda para configurarse como alternativa renovada
procede de eso que Gérard Grunberg y Zaki Laïdi han denominado “heroísmo frente
al mercado” (Grunberg / Laïdi 2008) que le impide entender su verdadera
naturaleza del mercado y le hace pensar que no es más que un promotor de la
desigualdad, una realidad antisocial. Para una buena parte de la izquierda
razonar económicamente es conspirar socialmente. Piensa que lo social no puede
ser preservado más que contra lo económico. La denuncia ritual de la
mercantilización del mundo y del neoliberalismo procede de una tradición intelectual
que opone lo social a lo económico, que tiende a privilegiar los determinismos
y las constricciones frente a las oportunidades ofrecidas por el cambio
social. Desde este punto de partida es difícil comprender que la competencia
sea un auténtico valor de izquierda frente a las lógicas de monopolio, público
o privado, sobre todo cuando el monopolio público ha dejado de garantizar la
provisión de un bien público en condiciones económicamente eficaces y
socialmente ventajosas Porque también hay monopolios públicos que falsifican
las reglas del juego. A estas alturas sabemos bien que existen desigualdades
producidas por el mercado, pero también por el Estado, frente a las que algunos
se muestran extraordinariamente indulgentes.
se trata
de poner al mercado al servicio del bien público y la lucha contra las
desigualdades. La nostalgia paraliza y no sirve para entender los nuevos
términos en los que se plantea un viejo combate. No es que una era de
solidaridad haya sido sustituida por una explosión de individualismo, sino que
la solidaridad ha de articularse sobre una base más contractual, sustituyendo
aquella respuesta mecánica a los problemas sociales consistente en intensificar
las intervenciones del Estado por formulaciones más flexibles de colaboración
entre Estado y mercado, con formas de gobierno indirecto o promoviendo una
cultura de evaluación de las políticas públicas.
La otra
causa de que la izquierda presente actualmente un aspecto pesimista es su
concepción únicamente negativa de la globalización, que le impide entender sus
aspectos positivos a favor de la redistribución de la riqueza, la aparición de
nuevos actores o el cambio de reglas de juego en las relaciones de poder. Al
insistir en las desregulaciones vinculadas a la globalización, la izquierda
corre el riesgo de aparecer como una fuerza que protege a unos privilegiados y
rechaza el desarrollo de los otros
“la
cuestión política fundamental no es tanto la de los ideales y los imaginarios,
como la idea que se tiene de lo real. …si eso es así, lo mejor que puede
hacerse frente a una concepción conservadora de la política es combatirla en el
terreno de la realidad, discutir su concepción de la realidad”
Buena
parte del malestar que genera la política se debe precisamente a la impresión
que ofrece de ser una actividad poco inteligente, de corto alcance, mera
táctica oportunista, repetitiva hasta el aburrimiento, rígida en sus esquemas
convencionales y que sólo se corrige por cálculo de conveniencia. Una sociedad
del conocimiento plantea a todos la exigencia de renovarse, y así parece haber
ocurrido en casi todos los ámbitos: las empresas tienen que agudizar el ingenio
para responder a las demandas del mercado, el arte ha de buscar nuevas formas
de expresión, la técnica se plantea nuevos desafíos… El dinamismo de los
ámbitos económicos, culturales, científicos y tecnológicos convive con la
inercia del sistema político. Hace tiempo que las innovaciones no proceden de
instancias políticas, sino del ingenio que se agudiza en otros espacios de la
sociedad. No se trata de defectos de las personas que se dedican a la política
o de incompetencias singulares, sino de un déficit sistémico de la política, de
escasa inteligencia colectiva por comparación con el vitalismo de otros ámbitos
sociales. Esa falta de vigor de la política frente a los mercados o el escaso
interés que despierta en buena parte de los ciudadanos probablemente se deba a
su incapacidad para desarrollar conductas tan inteligentes al menos como las
que tienen lugar en otros espacios de la vida social.
La
política no es mera administración, ni mera adaptación, sino configuración,
diseño de los marcos de actuación, anticipación del futuro.
Tiene que ver con lo inédito y lo
insólito, magnitudes que no comparecen en otras profesiones muy honradas pero
ajenas a las inquietudes que provoca el exceso de incertidumbre. El tipo de
acción que es la política no opera únicamente con meras reglas de la
experiencia, con las enseñanzas cómodamente almacenadas entre lo sabido. Quien
sea capaz de concebir esta incertidumbre como oportunidad, verá cómo la erosión
de algunos conceptos tradicionales hace nuevamente posible la política como
fuerza de innovación y transformación. Es urgente llevar a cabo una
redefinición del sentido y de los objetivos de la acción política a partir de
la idea de que en ella se conoce, es decir, se descubren aspectos de la
realidad y posibilidades de acción que no pueden percibirse desde nuestras
prácticas rutinarias y nuestros debates preconstruidos.
No sé si
la socialdemocracia está suficientemente preparada para esta tarea, pero me
parece evidente que a día de hoy ni sus conceptos ni sus prácticas están en
condiciones de hacerse cargo de la complejidad de nuestras sociedades. Tarde o
temprano deberá acometer una definición propia de la realidad política en
campos como la seguridad, el pluralismo, la integración, Europa o la
mundialización. La inteligencia política consiste ahora en aprender la nueva
gramática de los bienes comunes que se realiza en estos asuntos. La
socialdemocracia apenas se ha estrenado en este debate y ya es hora de que nos
explique por qué la realidad no es conservadora.
..
Para proceder a la renovación de
la socialdemocracia es necesario responder antes a una pregunta incómoda que se
plantea de la siguiente manera: ¿cómo explicar que la crisis o los casos de
corrupción, así como la desafección política en general, golpeen de manera muy
diferente, desde el punto de vista electoral, a la izquierda y a la derecha?
Pienso
que la raíz de esa curiosa decepción, que se reparte tan asimétricamente, está
en las diversas culturas políticas de la izquierda y la derecha
Anthony Giddens, uno de
los principales ideólogos de la tercera vía, subtituló su libro programático
como La renovación de la socialdemocracia.
Quisiera plantear aquí otra
renovación de la socialdemocracia que tomara como eje la tradición liberal. Los
mejores liberales –los levellers (Liburne, Overton o Walwyn) en la
revolución inglesa, revolucionarios como Paine o Findley en la fase inicial de
los Estados Unidos, el cercle social en la revolución francesa, Thelwall
y la London Corresponding Society en la Inglaterra de la misma época–
llevaron a cabo una reivindicación completa de los derechos humanos es decir,
se alzaron contra cualquier clase deseñorío, antiguo o nuevo, lo mismo contra
la arbitrariedad del Estado que contra la prepotencia económica. Pero el actual
liberalismo rebajado –en el que se reconocen indistintamente muchos
conservadores y socialdemócratas– ha perdido el aguijón libertario y de crítica
al poder que caracterizó a ese primer liberalismo y a las primeras
formulaciones del socialismo. Mi propuesta concreta consiste en renovar la socialdemocracia
a partir de una determinada interpretación del liberalismo, lo que se podría
denominar socialdemocracia liberal o libertaria (Innerarity 2000). Mientras que
el verdadero liberalismo lanzó al mundo una idea muy rica en consecuencias: la
de la constitución concebida como “constitución de la sociedad”, es decir, como
un contrato en virtud del cual la sociedad se constituye válidamente mediante
la libre adhesión de los ciudadanos, el liberalismo rebajado redujo el contrato
social a un contrato de Estado, en el que la sociedad se somete al Estado bajo
determinadas condiciones, lo que significa una insuficiente protección frente
al poder estatal.
Una de las tareas más
urgentes de la socialdemocracia liberal sería minimizar el poder estatal y
luchar por que desaparezca la prepotencia económica.
----Es habitual considerar que la dominación
económica se debe a una excesiva libertad de mercado, cuando ocurre más bien lo
contrario: la prepotencia económica es causada por la falta de libertad
económica. El orden constitucional y democrático sólo es viable si reconoce y
combate activamente la existencia de concentraciones de poder incompatibles con
la libertad----D.I.
Se trataría, pues, de
ampliar (no restringir) el principio constitucional de minimización del poder
también al mundo de la economía, actualmente tan distorsionado por nuevos
oligopolios en complicidad con unos Estados débiles. Hay que aspirar no sólo a
un Estado con el poder indispensable, sino además a una economía de mercado sin
prepotencias. Al mismo tiempo hay que recordar que la consigna del laissez-faire se dirigía contra las grandes
concentraciones de capital; no era una justificación para la inactividad
del Estado, como intenta el neoliberalismo. El Estado tiene que cuidar
activamente de que todos los ciudadanos puedan comerciar libremente en los
mercados.
Las reformas para
favorecer el mercado no implican más eficacia y menos justicia social. Todo lo
contrario: son de izquierdas, en la medida en que reducen los privilegios.
Solamente una
socialdemocracia que tenga el valor de aumentar las oportunidades para todos y
contribuir a un sistema fundado sobre una verdadera meritocracia, puede decir
con razón que lucha por los miembros menos favorecidos de nuestras sociedades.
Son los objetivos que han caracterizado a la izquierda europea –como la
protección de los más débiles o el rechazo de las desigualdades excesivas y los
privilegios– los que deben llevarle a adoptar medidas a favor del mercado. La
regulación excesiva, la protección de ciertos estatus, un sector público que
no beneficia a los más pobres sino a los mejor situados, universidades que producen
mediocridad en nombre del igualitarismo (mientras los más ricos se las arreglan
para obtener una buena educación), todo esto no es solamente ineficaz, sino
socialmente injusto.
---No se trata de suprimir el Estado sino de
lo contrario: de consolidarlo y hacerlo más eficaz con menos burocracia y más
transparencia, para lo cual es inevitable que se retire de muchos ámbitos
sociales que ocupa. Una socialdemocracia liberal implica una desregulación
“desde abajo” que en nada se parece al neoliberalismo tan grato a los grandes
poderes económicos, cuyo poder se basa en una complicidad entre sus intereses y los del Estado. Y es que, en el fondo, el neoliberalismo es
una ideología antiliberal y se basa en una visión del mundo que rezuma
fatalismo y sumisión---
Este nuevo
planteamiento socialdemócrata coincide con el neoliberalismo en el rechazo a
controlar estatalmente la economía, la disciplina presupuestaria o la
independencia del banco central. Pero se diferencia de él en que considera al
Estado como el marco inevitable y regulador de la vida social, como generador
de los elementos no contractuales del pacto social y protector del tejido
social. Esta socialdemocracia liberal previene, no obstante, contra la ilusión
de considerar la justicia social como simple igualdad y no como igualdad
compleja (Michael Walzer 1993), no pone el acento en la nivelación, sino en la
igualdad de oportunidades. Porque no cualquier incremento de las obligaciones sociales
conduce a eliminar las desigualdades; con demasiada frecuencia, el Estado
benevolente ha producido nuevas injusticias, en la medida en que ha favorecido
a quienes no lo necesitaban y ha excluido arbitrariamente a otros. Los
mecanismos políticos varían de un país a otro, pero el fondo de la historia es
siempre el mismo: los “insiders”, los que están dentro del sistema,
bloquean las reformas.
La crítica corriente al sistema económico
mundial dispara contra la mercantilización como si el mercado fuera el
responsable de la miseria del mundo. Pero el problema estriba en que no existe
una auténtica economía de mercado. Ninguna de las grandes empresas hubiera
alcanzado sus actuales dimensiones sin la protección estatal. Son esos grandes
consorcios los menos interesados en la existencia de un mercado verdaderamente
libre. En cierto modo asistimos a una especie de feudalización del capitalismo,
a una “economía legal del pillaje” (Oswalt 1999).
Tras la
pantalla de los intereses generales de la sociedad se esconden muchas veces
intereses de grupos particulares, competencias desleales, concentración de
poder de grupos financieros y de opinión. Los
despojados de esa enorme masa de capital son los ciudadanos. Una
socialdemocracia liberal debería apuntar en la línea de promover una verdadera igualdad de oportunidades en
el mundo económico. Para ello resulta ineludible la supresión de muchas subvenciones y de los status de
propiedad adquiridos sin competencia de prestaciones. La globalización puede
utilizarse para despojar de su poder a las concentraciones económicas
existentes y abrir efectivamente los mercados mundiales.
---una globalización auténticamente liberal
significaría el final de los consorcios mediáticos, financieros e industriales.
El que no ocurra así no se debe a la inamovible “lógica del capital”, sino al intervencionismo
de los Estados—
La crisis del Estado de bienestar
responde a una crisis de solidaridad,
como lo manifiesta, por ejemplo, el
corporativismo, la economía sumergida, la resistencia a las cotizaciones
sociales o la generalización de un recurso a la queja que no tiene en
cuenta las consecuencias públicas de las propias reivindicaciones.
Evidentemente,
no quiere todo ello decir que nos hayamos vuelto más egoístas; se trata de
analizar este fenómeno sociológicamente, pues son los procedimientos de
expresión de solidaridad los que se han vuelto más abstractos y mecánicos,
incapaces de tramitar realmente un interés común.
El Estado ha procedido de hecho a
enmascarar las relaciones sociales y a generar una irresponsabilidad difusa y
ciega frente a las consecuencias sociales de los propios actos.
La redistribución
financiera que lleva a cabo el Estado acaba por ser considerada como algo
totalmente desconectado de las relaciones sociales sobre las que debe
sustentarse.
Aumentar
la trasparencia social es hacer que emerjan de forma más localizada las necesidades
y las aspiraciones. La solidaridad no
puede basarse sólo en reglas y procedimientos; debe tener también una dimensión
voluntaria. El Estado será mejor aceptado cuando los mecanismos que pone en marcha
sean explícitos para todos (Rosanvallon 1981, 125). Este esfuerzo por la verdad no está exento de riesgos. Obliga a
tener en cuenta todas las realidades que los modelos macroeconómicos usuales
rechazan o ignoran: los pequeños privilegios, la extrema heterogeneidad de la
condición salarial, la falta de equidad en el trato fiscal… La transparencia tiene un coste. Puede
engendrar tensiones y conflictos. Pero la conflictividad reconocida está en el
origen de la autogeneración de lo social. El ideal democrático no consiste en
negar o ignorar los conflictos, sino en hacerlos productivos.
La
creación de una mayor igualdad de oportunidades en el mercado libre en vez de
una redistribución centralizada sería entonces el objetivo de una combinación
histórica de ideas liberales y sociales.
Síntesis final y recomendaciones
La movilización electoral de la
izquierda no puede limitarse a inquietar al electorado por los defectos de su adversario político,
sino que debe aspirar a despertar la esperanza colectiva.
En lugar de ver el mundo actual como
una máquina que hubiera que frenar, la socialdemocracia ha de concebirlo como una fuente de
oportunidades e instrumentos susceptibles de ser puestos al servicio de sus
propios valores, los de la justicia y la igualdad.
La socialdemocracia debería
considerar la competencia como un auténtico valor de izquierda frente a las lógicas de monopolio, público o
privado, y entenderse a sí misma como una ideología que trata de poner el
mercado al servicio del bien público y la lucha contra las desigualdades.
En este contexto, la solidaridad ha
de articularse sobre una base más contractual, sustituyendo aquella respuesta mecánica a los problemas
sociales consistente en intensificar las intervenciones del Estado por
formulaciones más flexibles de colaboración entre Estado y mercado,
con formas de gobierno indirecto o promoviendo una cultura de evaluación de las
políticas públicas.
La socialdemocracia no debe tener
tampoco una concepción únicamente negativa de la globalización, lo que le impediría entender sus
aspectos positivos para la redistribución de la riqueza, la aparición de nuevos
actores o el cambio de reglas de juego en las relaciones de poder.
La socialdemocracia debería
distinguirse del “altermundialismo” para evitar su deriva hacia la irrealidad utópica, lo que la
incapacitaría para actuar sobre la realidad. En última instancia, la batalla
política no se gana mediante la apelación genérica a otro mundo, sino en la
lucha por describir la realidad de otra manera. De ahí que lo mejor que puede
hacerse frente a una concepción conservadora de la política es combatirla en el
terreno de la realidad, discutir su concepción de la realidad.
Lo que está en juego actualmente no
es sólo una alternancia democrática, sino la concepción misma de la política. La izquierda debería
politizar, en el mejor sentido del término, frente a una derecha a la que no le
interesa demasiado el tratamiento político de los temas.
La izquierda sólo puede ganar si hay
un clima en el que las ideas jueguen un papel importante y es alto el nivel de
exigencias que se dirigen a la política. Para la izquierda, que el espacio
público tenga calidad democrática es un asunto crucial, en el que se juega su
propia supervivencia.
La socialdemocracia necesita insistir
en el papel de las ideas en política y acometer una definición propia de la realidad política en campos
como la seguridad, el pluralismo, la integración, Europa o la
globalización.
Es posible renovar la
socialdemocracia a partir de una determinada interpretación del liberalismo, lo
que se podría denominar socialdemocracia liberal.
La socialdemocracia liberal considera
que las reformas para favorecer el mercado no implican más eficacia y menos
justicia social, sino una eliminación de los privilegios que beneficia a los
menos favorecidos.
Esta concepción de la
socialdemocracia concibe al mercado como un espacio que debe ser protegido para promover una verdadera igualdad
de oportunidades y a la globalización como una realidad que, bien articulada
por la correspondiente gobernanza global, puede utilizarse para despojar de su
poder a las concentraciones económicas existentes.
Daniel Innerarity 24 DD 11
Conclusión
La izquierda está muy marcada por su
tradición estatalista, en virtud de la cual tiende a considerar al Estado como el
único instrumento legítimo de la acción pública, a desconfiar de las
iniciativas autónomas de la sociedad civil, con un modelo de solidaridad y de
redistribución centralizado, y desde una crítica al liberalismo que se extiende
también al liberalismo político. Cuando ha ejercido el poder y ha tenido que
aceptar el realismo de lo económicamente posible o las constricciones de la
política, lo ha hecho muchas veces con mala conciencia o como si se estuviera
plegando a la opinión dominante: tal ha sido el caso de la liberalización
económica o las cuestiones de seguridad e inmigración, en las que
frecuentemente se ha rendido sin proponer una política diferente de la de la
derecha, a la que simplemente se ha limitado a moderar.
La actual transformación de la
socialdemocracia requiere un nuevo internacionalismo adaptado a la
globalización y las nuevas movilidades, atención a las fracturas de la sociedad
que no están únicamente en el ámbito de lo socioeconómico (culturales,
territoriales, étnicas…) y una redefinición de los instrumentos de la redistribución
y la solidaridad. Aesto se añade
(no como un campo específico, sino en lo que tiene de manera de pensar y actuar
más sistémica y atendiendo al largo plazo) la cuestión ecológica.
La renovación liberal de la
socialdemocracia 25 DD 11
Referencias
Bergounioux, Alain / Grunberg, Gérard (2007), Les socialistes français et le
pouvoir: L’ambition et le remords, Paris: Hachette.
Blyth, Mark M., (1997), “Any More Bright Ideas?” The Ideational Turn
of Comparative Political Economy, en Comparative Politics 29 (2),
229-250.
Giavazzi, Francesco / Alesina, Alberto (2006), Il
liberismo è di sinistra, Milan: Il Sagiattore.
Giddens, Anthony (1998), The Third Way, Cambridge: Polity.
Grunberg, Gérard / Laïdi, Zaki (2008), Sortir du pessimisme social:
Essai sur l’identité de la gauche, Paris: Hachette.
Innerarity Daniel (2000), “La
socialdemocracia liberal”, en El País, 1.6.2000.
Oswalt, Walter (1999), “La
revolución liberal: acabar con el poder de los consorcios”, en Themata 23,
141-179.
Proudhon, F. J. (1851), Confessions d’un révolutionnaire, Paris:
Vrin.
Rosanvallon, Pierre (1981), La crise de l’État-providence, Paris:
Seuil.
Walzer, Michael (1993), Esferas de
la justicia, México: FCE.
Daniel Innerarity es
catedrático de Filosofía Política y Social, investigador Ikerbasque en la
Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática.
www.fundacionideas.es
Documento entero en:
http://www.fundacionideas.es/sites/default/files/pdf/DD-La_renovacion_liberal_de_la_socialdemocracia-Pol.pdf
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